Algunos madrugan para llegar una hora antes a la escuela; otros salen una hora más tarde, porque tienen entrevistas con los padres; otros recorren 100 km de ida y 100 de vuelta para ir a la escuela. Están locos.
Durante las vacaciones de verano no desconectan. Piensan en sus clases, preparan tareas para el curso siguiente. En invierno sufren de la garganta, siempre dolorida, pero siguen transmitiendo conocimiento y afecto. Yo los he visto. Están locos.
Salen de excursión con sus alumnos y se encargan de gestionar autorizaciones, recogen el dinero y asumen responsabilidades extras. Por la noche se les aparecen planetas, ecosistemas y personajes históricos.
Los he visto llegar por la mañana cargados de cuadernos y exámenes que han corregido la tarde anterior, en su casa. Son hombre y mujeres casados, solteros... de diferentes edades, pero con un denominador común: les gusta su trabajo, ver crecer a los alumnos, ayudarlos a ser ciudadanos del mañana. Los he visto muchas veces. Están locos.
Se dice por ahí que viven muy bien, pero les han recortado el sueldo y siguen trabajando incluso más que antes. Les gusta lo que hacen, aunque haya quien no les valore, los critique y les escatime autoridad. Locos.
Por las tardes hacen cursos de formación y no les importa perder su tiempo de ocio o el que dedicarían a su familia para formarse. Por encima de todo, son autocríticos y hacen balance de sus experiencias educativas. Están locos.Los he visto. Son docentes orgullosos de serlo.
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